Mi destino cambió cuando le pedí a mi padre en 5º de primaria que si sacaba buenas notas (ese año me imagino que las esperaba bastante exitosas), me tenía que apuntar a clases de equitación.
Yo estaba segura de que era justo y necesario.
Recuerdo que llevaba todo el año leyendo una serie de libros que se llamaban Puck.
En ellos, la protagonista, que vivía en un internado, tenía una amiga rica (muy de internado esto) que le enseñaba a montar a caballo y cada tarde se daban su paseíto tan ricamente por los bosques aledaños.
Está claro que yo me identificaba con la que no tenía caballos en su casa.
No sé por qué será ni qué dirá de esto Robert Kiyosaki.
La conversación fue más o menos así:
- Papi, ¿si este año saco buenas notas me puedes apuntar a clases de equitación?- dijo Trini esperanzada, viéndose a lomos de cualquier corcel que le prestaran.
- ¿Por sacar buenas notas? no, lo de estudiar es lo que tienes que hacer, si las notas las traes buenas, tú te vas a alegrar y yo también, pero por las notas no te voy a regalar nada- dijo el padre mientras ponía el intermitente para salir a calle Hilera.
- Pero Pa, ¡a Montse le regalan cosas cuando aprueba!- dijo Trini, tímidamente por intentarlo una vez más. La única que se permitía.
- Y a mí qué más me da lo que le den a Montse. Nosotros no damos premios por lo que es obligatorio. Nos alegramos de que te salga muy bien. Si quieres vente a mi academia a aprender mecanografía.
¡PLANAZO! pensé yo… y esto lo pienso mientras escribo a 200 pulsaciones por minuto…
Ejem, pues ahí supe que, si quería hacer algo en el verano, iba a ser un curso de mecanografía en la academia de mis padres.
Todavía recuerdo los dictados “A tac, B tac, barra tac…” mientras sigo, tac escribiendo tac la entrada, tac.
También supe que los premios en mi casa no se daban. Para regalos se esperaba a los Reyes, que eran súuuuuuper generosos, y al cumpleaños.
Se acabó mi posibilidad de codearme con mi amiga imaginaria Marta Ortega o con la infanta Elena y su amiga Athina Onassis y que me dejaran alguno de sus caballitos para pasear…
Pasear por El Corte Inglés, porque esa era mi área de influencia en aquel entonces.
Hoy en día agradezco no haber recibido premios, no haber tenido tampoco esa presión y haber tenido claro que hay cosas que hay que hacer.
Eso sí, hacerlas mejor me traerían más satisfacción que hacerlas mal.
A mí, no a los demás.