Comprender dónde están las emociones en nuestro cerebro facilitará que entendamos por qué están ahí y como pueden ayudarnos.
Todo lo que hacemos en nuestra vida está basado en nuestras emociones. Si algo nos gusta queremos repetir la experiencia, si algo nos disgusta o nos pone tristes, queremos alejarnos, pero, ¿en qué momento de la evolución aparecieron las emociones y para qué?.
En otra entrada anterior desgranaba esta pregunta, ahora en el vídeoblog lo explico con ejemplos y la utilidad de tener presente esta parte de nosotros y de nuestros hijos.
Lo importante es comprender que no son eternas en el tiempo, es bueno saber qué quieren decirnos y por qué. Duran lo que tardemos en darle solución. Hacen que vivamos conectados con los demás y con lo que ocurre en nuestro medio, pero hemos tenido un aprendizaje más de ocultarlas o de huir de ellas que de vivirlas y hablarlas.
Esa frase que sonaba en mi casa tanto «eso no es ná» respondía a esa cultura del no darle importancia a ningún malestar emocional e intentar pasar de puntillas por ellas.
En el tiempo del confinamiento, las madres de mi colegio, viendo que los niños tenían pesadillas y estaban tristes, le comentaban a mis compañeras que les decían a los niños que no pensaran. Ya, como si fuera tan fácil.
¿Qué estaban esos niños oyendo?, ¿el telediario?, ¿historias de muertes terribles y comentarios negativos sobre el gobierno?
Pongamos el caso de cualquier niño que, con ojos de niño ve que, de pronto todo es preocupación a su alrededor, que sus padres hacen comentarios sobre problemas de trabajos, ERTES, cierre de empresas, el gobierno… ¡El gobierno que se supone que nos protege! Los niños han recibido un caldo de cultivo propio para generar miedo y tristeza.
Todas estas ideas, mezcladas con falta de cuidado al cuerpo, sin hacer apenas deporte al que estaban acostumbrados y teniendo que pasar muchísimas horas delante del ordenador trabajando solos…
Solos, ahí está el quid de la cuestión. Los niños cuando se sienten solos empiezan a sentirse mal.
Esto pasa, es difícil de evitar, pero no hablar de eso, no hacerle caso, no quita el malestar, solo lo emplaza a otro momento, seguramente a cuando se van a dormir.
Y llega la madre, y ella misma se asusta. No sabe qué hacer con ese malestar de su hijo.
Si supiéramos todas las madres a tiempo, que acompañar a los niños y dejarlos decir sus preocupaciones ¡ya les quita un 50%!
Si pudiéramos explicarles que es normal, en el caso del confinamiento, que se sientan mal porque echan de menos, porque su cerebro elefante, donde están las emociones, les está avisando del peligro de quedarse solos, como si de verdad fueran a perderse en la selva…¡Es que les falta el grupo completo!
Para explicarles todo esto, primero tienen ellos que sentir que en casa se puede hablar de estas cosas…
En el libro de Carolyn Miss de «Anatomía del espíritu» hablaba de la importancia de la tribu. Relacionaba problemas de salud con alejarse de la tribu cuando, de alguna manera, era algo impuesto y fuera de la naturalidad.
Habían perdido de vista a sus compañeros, a sus abuelos, a sus primos, a su maestra… sus rutinas, sus juegos. Todo esto se cambió por muchas horas de tele. Tele con contenidos no siempre adecuados, porque efectivamente, todos hemos estado ocupados.
Ya hemos salido del confinamiento, no sé si vendrán otros, esperemos que no. Pero no perdamos de vista seguir unidos a nuestros niños a nivel de cerebro elefante.
Los niños estaban queriendo que les tranquilizáramos.
Ningún extremo es bueno. Ni guardarse todo, ni necesitar siempre que otro nos tranquilice. Pero sí es importante que el aprendizaje para reconocer las emociones, sientan que es lícito y pueda darse en la casa.
Podemos guiarles con el ejemplo del cerebro mamífero a comprender dónde están la emociones y qué situación cotidiana las ha disparado.
A las emociones es bueno darles cabida primero, y salida después.
Esto es lo que podemos hacer en el colegio y en casa, darles sitio y comprensión, luego ya nos encargaremos de las soluciones.
Cuando uno tiene la falta de seguridad del grupo, cuando siente que puede quedarse solo, el aprendizaje empieza a fallar. La memoria y las emociones están ligadas.
Por eso es sumamente importante tenerlo en cuenta con los niños, que estando en edad escolar, suelen acusar las situaciones de soledad o de inseguridad con una bajada de los resultados de sus notas.
Si esto ocurre, observemos qué está pasando.
Cada vez que, por problemas de convivencia del colegio, se resuelve desmontar los grupos de clase. Los niños pierden un poco más la pertenencia y se resiente durante un tiempo el aprendizaje.
En cambio, cuando se trabaja con los niños en solucionar los conflictos en el grupo, por muy problemático que sea, si la dirección es adecuada, la cohesión va mejorando y no hará falta rehacer ningún grupo.
Me gustaría saber, con vuestros comentarios, si en casa le dais cabida a conocer cómo se sienten vuestros hijos y vosotros mismos. También me gustaría conocer vuestro punto de partida con las emociones.