
Una vez iniciado este curso escolar 20/21 y debido a la situación sanitaria excepcional que estamos viviendo, nos toca vivir y convivir a niños y profesores en el día a día confinados en las aulas. Esto provocará que los grupos clase convivan mucho más tiempo con sus tutores y con sus compañeros. Esta situación seguro que va a provocar que los problemas de convivencia se tengan que resolver dentro del aula, sin recurrir a las nuevas mezclas de grupos, las llamadas batidoras. Paseemos mentalmente por nuestra propia experiencia escolar cuando éramos niños y niñas, y miremos como adultos, qué tiene de bueno o de malo pertenecer a un grupo estable. Podemos asomarnos incluso a qué nos dice la neurociencia sobre pertenecer a un grupo.
En este curso atípico por la pandemia de Covid parece que nos libramos de las batidoras. Hemos tenido tantas otras cosas en qué pensar que le hemos dado más valor a conservar los grupos clase. Es buen momento para aprovechar la experiencia, ver qué pasa y evaluarla al final del curso. Con toda seguridad desarrollaremos mejoras en la convivencia del grupo, ¡anda! igual que hemos hecho en las familias durante el confinamiento, ¿no?
Confinados pero en la clase.
Desde que hemos sabido que volvían nuestros niños a clase, nos preguntamos cómo se iba a desarrollar esa vuelta. En las familias más miedosas ha producido vértigo imaginarse a tantos alumnos juntos. En las menos miedosas, al menos esperaban unas medidas sanitarias mínimas en los colegios. Sí, como ya se preveía, estas medidas han sido confinar a los niños por aula, usar la mascarilla toda la jornada escolar y el lavado de manos de niños y maestros, personal auxiliar….. cada dos por tres.
Este confinamiento dentro del aula y por grupos de clase, me hace reflexionar como docente y como madre, sobre cómo afecta a la convivencia el mantener los grupos sin contacto entre ellos. Se probará este sistema, en un afán de poder rastrear los casos COVID positivo que se den siguiendo cierto orden. Hablemos entonces de los pros y los contras.
Mantener un grupo unido año tras año tiene varios pros:
- Van sintiendo pertenencia en ese grupo.
- Aprenden a entender cómo funcionan los demás.
- Acumulan historias juntos que se convierten en memorias colectivas al medio y largo plazo.
- Practican cómo evitar a compañeros que no les gusten y resolver los problemas con ellos y ellas.
- Maduran en sus relaciones, pueden experimentar tener etapas de cercanía o lejanía entre ellos por propia elección y aceptarlo.
Como contras encuentro dos:
- Se pueden perpetuar etiquetas desagradables de comportamiento. Yo considero todas las etiquetas un rollo. Aunque sean aparentemente positivas.
- En algún caso el grupo fomenta situaciones de acoso, se presentan como público cómplice.
El motivo por el que suelen mezclar los grupos suele ser la convivencia. La mala convivencia.
Pongamos el caso de los contras que he expuesto más arriba: Cuando se da acoso escolar o las etiquetas están muy arraigadas. Para que eso ocurra, no hace falta que el grupo lleve mucho tiempo funcionando junto, por lo que esto no es el efecto, necesariamente, de llevar mucho tiempo juntos.
Recuerdo un comentario de mi hijo mayor sobre un compañero al que no trataban bien los compañeros de clase durante su etapa en primaria. A él le caía bien, quedaban fuera del colegio para jugar o hacer deporte, él no entendía muy bien de dónde venía tanta saña de algunos de su clase con el compañero.
Llegó secundaria y la propuesta era mezclarlos, «hacer batidora», lo llaman los niños. Para este chico podía ser la oportunidad de quitarse de en medio, de empezar de nuevo. Habría niños nuevos, habría sangre nueva, habría opciones…
Recuerdo muy bien la triste sorpresa de mi hijo el primer día de secundaria al comentar que fulano y mengano se habían dedicado a criticar al chico al que trataban mal, a espaldas de él, con los compañeros nuevos que habían caído en su nueva clase. Les anticiparon lo «pesado» que era, que no era buena persona y qué se yo cuantas cosas más deducían sobre él. PRECIOSO.
En este caso, obviamente, no sirvió de nada mezclarse.
Esto no hizo que lo acosaran más niños, menos mal, pero a cualquiera en esta situación le costaría mucho ir haciendo nuevos amigos. Sé que le costó muchísimo. Directamente se los boicoteaban.
Con 12 o 13 años es fácil que te influyan sobre alguien que no conoces mucho. A mí me ha pasado, y me pasa, tengo que mantenerme muy adulta y muy muy neutra para no sacar conclusiones precipitadas, y ¡ ya tengo una edad! Con 12 o 13 años pegaba la oreja. Escuchaba el cotilleo y aprendía que con aquellas lenguas afíladas debía de tener cuidado yo misma, ya lo creo.
Esto también pasa, incluso más, cuando las clases han sido mezcladas varias veces, todos conocen a todos, pero poco.
En este caso, casi nadie rompía una lanza por él, y cuando alguien lo hacía se desoía la queja en ese momento. Los reventadores de la imagen del chico conseguian que sus titulares llegaran a públicos más entregados.
Hablando de este caso de nuevo, otra vez con mi hijo y otro amigo, estaba indagando qué pensaban que podían hacer para detener el acoso hacia este niño y el desprestigio y el desánimo que le acarreaba la situación. Las soluciones iban desde pasar de los comentarios del acosador hasta enfrentarlo como fuera. Pero cuando pensaban en defenderlo, tenían la duda moral de si era conveniente. No querían hacer que pareciera débil. Ellos no consideraban débil al niño con el que se metían.
Hablamos de la diferencia entre sentirse debil o en desventaja. Realmente estaba en desventaja, no tenía a nadie que declaradamente estuviera de su parte. El problema es que esta desventaja puede producir indefensión, si todos los días se meten contigo, te mina la moral y acabas sintiéndote débil aunque no lo seas.
La pregunta era: ¿cómo podeis ser parte de la solución?
Ellos no creían que pudieran hacer nada. Si te pones en el lugar de ellos con 12 o 13 años no crees que puedas cambiar las cosas, puedes no participar del cotilleo o del acoso, pero creer que puedes cortarlo, es complicado en esa edad.
Nosotros como adultos hemos ido aprendiendo a poner límites por propia supervivencia y a menudo si estás en peligro nuestra vocecita nos dice: «¡Niña!, ¿qué haces?, ¿para qué te metes?».
Levantar la voz por defender a alguien no es tan sencillo cuando quieres seguir perteneciendo al grupo o al menos esperas no acabar señalado. Hay que ser muy valiente.
Lo que quiero decir con todo esto es que por cambiar de grupo, que te pasen del A al B… lo que quieras, no resuelve el problema.
En el mejor de los casos, puede que quien te tenga entre ceja y ceja se olvide un poco de tí, ¡con suerte!
Lo que en la práctica pasa es que por parar situaciones de acoso o de etiquetas, se disimula.
Puede haber un problema de dos o tres niños que tienen a la clase achicharrada por su conducta, o que tienen a algún compañero en concreto agobiado/a o estresado/a y, para que no se note (esto es gracioso, porque le preguntas a los niños que por qué se ha hecho batidora y te lo explican con nombre y apellidos), se mueven las 4 clases, las 3 o las que sean.
Desvestir un santo para vestir a otro…. Ese refrán no parece alentador pero pega en esto, ¿no?
Lo que se consigue con estas mezclas, aparte de capacidad de adaptación, que se nos presupone bastante a los humanos, por cierto, es perder la pertenencia.
¿Qué pasa cuando sientes que no perteneces a un grupo? si eres adulto, entiendes que te puedes ir y que no pasaría nada, que no echarías de menos a casi nadie. El hecho es que te quieres ir y en cuanto puedas, te irás.
Cuando eres niño, y te sientes poco importante en el grupo, los inicios van a ser difíciles.
Para usar el cerebro superior sabemos ya que necesitamos tener a nuestro cerebro primitivo y mamífero tranquilo. Esto se traduce en niveles óptimos de oxitocina (pertenencia) y serotonina (seguridad).
Cuando nos sentimos fuera del grupo, se encienden los mismos centros neurológicos que se encienden con el dolor. Comprender algo complejo con dolor, ¿qué tal se nos da? Aprender cosas sintiéndote mal en el grupo, también es regulín.
Los adultos cambiamos de trabajo y nos pasamos penando durante un tiempo. Llamamos a los antiguos compañeros a menudo. Esto pasa hasta que creas nuevos lazos. El principio es duro. Aunque hayas ido a ese trabajo por tu propia decisión meditada, y con tu lista de pros y contras bien pensada.
He estado en un cole muy pequeñito donde sólo había una línea. La solución a los problemas de convivencia no podía pasar por hacer mezcla de clases y punto, no, los tenías que afrontar juntitos porque no había esa opción. De cualquier modo la batidora, no es garantía de mejora, en absoluto, de enfriamiento quizá sí.
Hay muchísimas maneras de ir generando pertenencia.
Hay dos herramientas que considero yo las más potentes: una es el tapping porque disuelve mucha tensión y hace un camino más llano a la gestión emocional y otra es la disciplina positiva, y más concretamente las reuniones de aula con su formato adecuado.
En aquel cole pequeñito, los grupos tenían que estar juntos porque no había más niños. Allí se resolvieron muchos problemas de convivencia escuchando a los niños, dándoles voz, haciendo tapping para disolver las tensiones.
En aquel colegio las vidas de los alumnos eran sumamente difíciles y, aun así, se llevaban de la escuela un espíritu democrático y una autogestión de las emociones que más quisieran muchos adultos tener.
Por ejemplo, recuerdo un caso en el que el grupo se convirtió en generador de soluciones. Entre todos hicieron todo lo posible por parar a un chico que acosaba a gran parte de la clase. El propio acosador comprendió que con su conducta se estaba posicionando fuera del grupo.
Todos los niños quieren pertenecer.
Entre todos pararon la situación. Fue importante mantener el grupo. El proceso duró meses, pero cuando el propósito está ahí, el objetivo se va cumpliendo. La maestra ayudó a que los acuerdos se mantuvieran en el tiempo.
Este curso, a nuestros hijos y alumnos les toca estrechar lazos, es una buena oportunidad. Surgirán problemas, porque un aula es una minisociedad en toda regla. Hay un líder que es el maestro o profesor y unos grupos dentro del grupo. Hay también algunas islas. Por el bien de todos, los problemas deberán arreglarse para hacer respirable, e incluso positivo, el confinamiento de aula.
Ahora quiero acordarme de mi propia infancia y mi propio grupo.
Yo era del C, desde 1ºde EGB hasta 1º de BUP. Mis compañeros empezaban siendo siempre los mismos, con su letra P en el primer apellido, luego ya nos iban cambiando.
Los de la P eran mis mejores compañeros, funcionábamos como equipo. Cada año estábamos los mismos, nos copiábamos del más empollón, que era estupendo. Lo adoro aún, ¡tan generoso! Hoy en día mantengo en mayor o menor medida el contacto con todos. Me encanta saber de ellos. Nos reíamos, nos regañaban juntos, nos respetábamos.
Como mi clase iba de la L a la P, ¡éramos 42! pues tenía a mis amigas, casualmente con apellidos con M, ¡mira tú el destino! Esta estabilidad de mi grupo, mirando atrás, creo que me dio mucha estabilidad.
Llegaron a lo largo de los años repetidores, niños nuevos, y mi clase era más acogedora que fría con los nuevos, sin agobiar, pero bien. Llegaron incluso chicos nuevos que quisieron mofarse de algún compañero, ¿qué se encontraron? desaprobación, nunca les seguimos el rollo. Conocíamos bien al objeto de burla fácil y era un compañero buenísimo.
Las burlas se extinguían sin público.
El efecto negativo era que esos personajes que hacían burla no llegaron a adaptarse, quienes no se adaptaron al ambiente de respeto, no llegaron a integrarse. Acabaron yéndose.
Si no perteneces, si no te adaptas, te da igual irte.
En conclusión, yo estoy más a favor de resolver los problemas de convivencia sin desmontar los grupos.
Fomentar en los niños y niñas que entre ellos se conozcan, que colaboren, que se cuiden, que se oigan.
Nos vamos a encontrar con niños que su forma de buscar la pertenencia puede ser molestar a los demás, seguramente el grupo va a responder dándole importancia a esas molestias.
Podemos elaborar una estrategia para abordar esos casos concretos.
Lo ideal es que el grupo ayude, que se impliquen todos y un maestro que conozca bien al grupo hará de catalizador de esas relaciones.
Los niños y niñas son pacientes en general, son buenos, aceptan las diferencias con normalidad… mientras no aprendan a ser otra cosa, vienen así de serie. Yo lo veo cada día.
¿Funcionan las batidoras? fruto de la suerte, sí. En algunos casos, sí. Pero al cabo del tiempo, ¡oh, sorpresa! vuelven a hacerse. ¿Por qué? pues por los mismos motivos.
Tengamos otro factor en cuenta aquí. Sólo lo nombraré y no entro a valorarlo. Puede que la mezcla de grupos se propicie por la insistencia de los padres. En estos casos, los padres de niños, los cuales no están implicados sus hijos en los problemas de convivencia, ven que a sus hijos los mueven sin saber por qué. En fín, esta es la desinformación.
Como alumno, el rédito que hay que pagar es que puede no gustarte ese cambio y lo pases mal en la adaptación.
Puede que te encante conocer niños nuevos y te liberes, eso también.
El rédito que paga el profesor es que se encuentra la clase inquieta, muy inquieta, el primer trimestre por la novedad y porque aún no tiene carácter de grupo.
Yo, personalmente prefiero la madurez de un grupo.
Un grupo que se ríe de las mismas cosas, que recuerdan la bronca que aquella vez les echaron, que se conocen y saben que a fulano le pasa algo. Un grupo que aprendió en matemáticas a restar con el maestro fulanito y tienen un método raro, o que dieron lengua con la seño menganita y tienen buena base de tiempos verbales… los grupos hacen carácter, y hacen memoria.
Este curso toca madurar grupos de convivencia.
Este curso toca tener niños y maestros confinados en el aula.
Este curso toca resolver los problemas entre todos.